“Si alguno quiere ser mi discípulo,
niéguese
a sí
mismo, cargue su cruz, cada día y sígame”
(Lucas 9,23)
-En
la pasión del hombre, la Pasión de Cristo-
Primera estación de Misericordia:
“Dar de comer al que tiene hambre”
Canto: “Cantaré eternamente
las misericordia del Señor,
anunciaré
tu fidelidad por todas las edades” (CLN
nº 512)
El
pan. Compendio de lo que el hombre
necesita. En el principio, el pan. El pan y el hambre. Y el hombre.
Dijo
Dios: “Comerás el pan con el sudor de la frente” (Gn 3,19). ¿Y cuando sudas y
no tienes pan? ¿Y cuando comes pan con el sudor ajeno? Porque hay:
-
“Pan de ociosidad” (Prov 31,27) –“El pan de la impiedad” (Prov 4,17)
-
“Pan de asedio y aguas de opresión” (Is 30,20)
-
“Pan de lágrimas” (Salmo 42,10)
-
“El pan que como es ceniza” (Salmo 102,10)
Dice
la Oración dominical: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy” (Mt 6,11)
Dice
“nuestro”, plural. Pan para todos y si no: “Dadle vosotros de comer” (Mt 14,16)
Y
si no nos juzgará: “Porque tuve hambre y
no me disteis de comer…” (Mt 25,42)
Es
más: “A los pobres –a mí- los tendréis siempre con vosotros” (Jn 12,8).
Primera
Obra de Misericordia: Dar pan,
“parte tu pan…” (Is 58,7)
Millares
de personas sufren la ausencia del pan. Y Cristo en ellos.
Primera
Obra de Misericordia, y de humanidad
y de justicia.
Perdón,
Señor, que aunque no pasa hambre soy un miserable.
Canto: “Misericordia, Señor, hemos pecado” (CLN –D 13)
Segunda
Estación de Misericordia: “Dar
de beber al sediento”.
Canto:
“Cantaré…”
El
agua. La fuente de la vida. En el
principio, el agua: “Un manantial brotaba de la tierra y regaba toda la
superficie del suelo” (Gn 2,6). La sed reseca, abrasa, mata.
Nadie tiene derecho a morir sin agua. El agua es
de Dios. El agua es de todos.
Cristo
valora el agua y a quien la dona: “Ni un vaso de agua ofrecido quedará sin
recompensa” (Mt 10,42)
Cristo
tuvo necesidad de agua: “Dame agua” (Jn 4,7) le pidió a una ramera, y le
ofreció otra agua: “Te daré agua viva” (Jn 4,13)
Cristo,
que quiere que compartamos el agua, la transciende y dice: “El que tenga sed
que venga a mí y beba y de sus entrañas brotaran ríos de agua viva” (Jn 7,37)
Y
al final murió sin sangre y sin agua (cf Jn 19,34) y por eso gritó: “¡Sitio!”
(Jn 19,28), tengo sed.
Lo
había anunciado el salmista: “Mi paladar está seco lo mismo que una teja.
Y mi lengua pegada a mi garganta;
se me echa en el polvo de la muerte”
(Salmo 22,16)
Segunda
Obra de Misericordia: Apagar la sed
de Cristo, de todos los sedientos. Cristo padece sed en los millones de
“sedientos” del África profunda.
Perdón,
Señor. No valoro el agua. Malgasto el agua. ¿Qué hago vc. con los Proyectos de
Manos Unidas que mitigan la sed de muchos hermanos?
Canto: “Misericordia, Señor,
hemos pecado” (CLN –D 13).
Tercera
estación de Misericordia: -“Visitar
a los Enfermos”
Canto: “Cantaré…”
La
Salud. No se valora hasta que no se
nos deteriora.
La
enfermedad aminora el ritmo de la vida, apaga los humos, rebaja la soberbia.
La
enfermedad puede conducirnos a la desesperación o a la sublimación oblativa.
La
enfermedad se originó en los albores de la historia, el enfermo no es causa ni
consecuencia de su personal pecado. “¿Quién tiene la culpa de su ceguera, sus
propios pecados o los de sus padres? Y Jesús respondió: Ni sus propios pecados
ni los de sus padres tienen la culpa” (Jn 9, 2-3)
Cristo,
profetizado “Varón de dolores…, y con todo llevaba nuestras dolencias” (Is
53,3), en su singladura humana, visitó enfermos, curó, sintió lástima, tuvo
misericordia y hasta resucitó muertos.
Y
nos dejó esta Obra de Misericordia:
“Porque estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36). ¡Ojo! Y la
contraria.
Hoy
el “Impasible”, padece “en” nosotros. Los enfermos son Él. Está en el Sagrario
y en el lecho del dolor, y en el valle de la soledad.
¿Cristo,
ejercitó esta Obra?. ¿Visito, cuido,
ayudo, socorro al Enfermo?
Perdón,
Señor, por tanto olvido. A lo más hago la “visita del médico”.
Canto: “Misericordia, Señor,
hemos pecado”
Cuarta
estación de Misericordia: “Vestir al
desnudo”
Canto:
“Cantaré…”
El
Vestido. El vestido es de humanos.
Dignifica, protege, vela, ampara.
Vale
que al principio no fue así. Dijo Yavé: “¿Quién te ha hecho ver que estas
desnudo? (Gn 3,10)
Luego
es bueno y necesario.
Dice
el Eclesiástico: “Lo primero para vivir es pan, agua, casa y vestido” (Ecl 29,21)
Dice
Ezequiel convirtiendo el vestido en precepto: “Viste al desnudo” (Ez 18,7)
Unos
están “desnudos” por capricho, desvergüenza o provocación
gratuita y otros están “desnudados”: Los expoliados, deshauciados, violados;
los martirizados, desnudados de todo y de todos, a la fuerza y en injusticia.
Cristo
fue “desnudado” públicamente: “Los soldados se repartieron sus ropas” (Mt
27,32)
Cristo
sigue “desnudado” en los millones de “desnudados” a la fuerza.
Perdón,
Señor, por mis “desnudeces” escandalosas, físicas o morales.
Perdón,
Señor, por mis vestidos caros que humillan a los pobres de tus hermanos.
Cuarta
estación: Cristo, como en la Cruz, es desnudado en los pobres.
Cuarta
estación de Misericordia: Viste, reviste, cubre al hermano, a Cristo.
Canto:
Misericordia, Señor, hemos pecado. (CLN –D
13)
Quinta
estación de Misericordia: “ Dar posada al peregrino”.
Canto: “ Cantaré…”
La
Casa. La tierra entera es su casa
(cf Os 8,1) y nuestra casa. La casa es espacio humano, esencial, íntimo. El
techo y el abrigo, lar, hogar, domicilio y templo.
No
tener casa es vivir a la intemperie, sin raíces.
El
mandamiento antiguo: ser hospitalarios. Y no sólo a los “peregrinos”: “per =
por “agra”: por los caminos, no sólo a los peregrinos religiosos.
En
peregrinos están los apátridas, exiliados. Israel recordaba: “Mi padre fue un
arameo errante” (Dt 26,5). Y están los de hoy. 40 millones de desplazados
malviven y esperan.
Dar
“posada”, casa, cobijo, asilo y recordar al profeta: “Ensancha el espacio de tu
tienda” (Is 54,2).
Jesús
nació a la intemperie, porque “no había sitio para ellos en la posada” (Lc
2,7).
Cristo
necesita Casas de Misericordia. Asilos, nuestras casas, y Voluntarios.
Perdón,
Señor, porque llamas y no te abro: “¿No ves que estoy llamando a la puerta? Si
alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Apc
3,2)
Perdón,
Señor, por mis comodidades y mis miedos.
Y
que recuerde: “Porque fui forastero y no me hospedasteis” (Mt 25,35)
Canto: “Misericordia, Señor,
hemos pecado”
Sexta
estación de Misericordia: “Redimir al
cautivo”.
Canto:
“Cantaré…”
Prisiones. Tenemos la “libertad de los
hijos de Dios” (Rom 8,21)
La
cárcel es prisión, cierre, recorte, muerte en la vida. No estamos hechos para
la cárcel.
Señor,
tú, el libre, te encadenaste a
nuestra carne, para redimirla.
Señor,
tú, el liberador de Israel, fuiste
apresado, encarcelado para desde la “cárcel” para liberar a los cautivos.
Los
Mercedarios se entregaban como rehenes para rescatar a los prisioneros del
Islam. Esa sí que es una Obra de Misericordia. Lo dijiste: “Nadie tiene amor
más grande que el que da la vida por los amigos” (Jn 15,12). Y tú, por los
enemigos.
¿Cómo,
Jesús, Cautivo de amor, vivo esta Obra de Misericordia?
Hoy
debemos liberar, redimir cautivos de vicios, ignorancias, carencias, drogas.
Se
proclamó un día: “Pregonad en la tierra la liberación para todos” (Lev 25,10)
Y
tú: “Me ha enviado a liberar a los oprimidos” (Lc 4,18)
Que
yo recuerde: “Porque estuve en la cárcel y me visitasteis” (Mt 25,36)
Perdón,
Señor, por mis cadenas que libremente elijo.
Perdón,
Señor, por no colaborar en la liberación de otros.
Canto: “Misericordia, Señor, hemos pecado.
Séptima
estación de Misericordia: “Enterrar a
los muertos”.
Canto: “Cantaré…”
El
entierro. Enterrar es devolvernos a
la madre tierra de la que fuimos formados más el soplo de Dios (Gn 2,7). Y
luego, como regresar a ninguna parte.
Asumir
la experiencia del entierro nos ayuda a valorar la vida y a vivirla con gozo,
esperanza y realismo. Muere quien vive y vivirá eternamente quien cree. (cf Jn
6,40)
Señor,
tú dijiste: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en Mí, aunque muera,
vivirá” (Jn 11,25). Pero… moriste. Y después de muerto te enterraron, como a
todo hijo de vecino. Y en un nicho de piedra, eso sí, prestado. Nuevo, sin
estrenar, pero no era tuyo.
José
de Arimatea, laico, discípulo clandestino y Nicodemo, fariseo y todo, pero
buena persona te ungieron con mirra y áloe, te envolvieron con vendas, te
metieron en el sepulcro, pesabas mucho, y sellaron la piedra (cf Jn 19, 38-42).
Esa
obra era una buena y verdadera Obra de Misericordia: Enterrar a los muertos.
Tobías
–lo podíamos nombrar patrono de los enterradores, sepultureros- decía: “Di pan
a los hambrientos y vestidos a los desnudos y si veía algún muerto lo
enterraba” (Tobías 1, 17-18).
Ahí
encontramos –siglo V antes de Jesucristo- tres de las siete Obras de
Misericordia Corporales.
La
Iglesia mimó, cuidó a los cuerpos cristianos que habían sido templos del
Espíritu Santo. Ahí están las Catacumbas, bajo tierra, cementerio y templo,
espacio para Vigilias. Ahí están los sufragios, de “sufragium” = ayuda,
socorro. Lo encontramos en el segundo libro de los Macabeos: “Mandó hacer
sacrificio expiatorio a favor de los muertos para que quedaran liberados de los
pecados” (2 Mac 12,46).
Enterrar,
in-humar, es Obra de Misericordia.
Ayudar,
acompañar a los familiares es Obra de Misericordia.
Perdón,
Señor, si me olvido de los muertos o si me acostumbro a enterrar
Canto: “Misericordia, Señor, hemos pecado”.
Octava
estación de Misericordia : “Enseñar al
que no sabe”.
Canto: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y
danos tu Salvación” (CLN D-5)
La Sabiduría.
El hombre tiene sed de saber. La Sabiduría
es Dios. El saber y el saborear a Dios es un don y el enseñar, una misión,
un deber y una Obra de Misericordia.
Cristo Jesús es el Maestro. Maestro con “autóritas”. Éste no enseña como nuestros
maestros (cf Mt 7,28). Él predicaba y
daba el trigo. Él enseñaba con verdad.
Era Maestro: “Me llamáis Maestro y Señor, y decís
bien” (Jn 13,13). Y también nos mandó: “Vosotros, en cambio, no os dejéis
llamar “maestros”, porque vuestro único maestro es Cristo” (Mt 23,8)
Y con todo Él, el Maestro, a nosotros, sus discípulos,
nos mandó enseñar: “Id y haced discípulos…, enseñándoles a observar lo que yo
os he encomendado” (Mt 28,19).
Nosotros, discípulos, que siempre hemos de aprender,
estamos obligados a enseñar. No a enseñarnos. A enseñar su doctrina, su verdad.
Somos “evangelizadores”, “cristóforos”, somos Cristo.
Recordemos: “El que se avergüence de confesarme ante
los hombres, yo me avergonzaré de confesarlo ante mi Padre” (Lc 9,27)
Los padres, como Obra de Misericordia y de Justicia,
enseñen, eduquen, testimonien.
Los pastores sean misioneros de la Palabra, educadores
en la fe, centinelas, profetas. Recordemos a Pablo: “Proclama la Palabra,
insiste a tiempo y a destiempo, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina” (2 Tim 4,2)
Los Catequistas: Acompañar, iluminar “sin esperar nada
a cambio”
Todos somos hermanos de todos.
Perdón, Señor, porque a veces “guardo” tu Palabra bajo
el celemín.
Canto: Attende, Dómine, et miserere, quía
pecavimus tibi” (CLN nº 101)
Novena estación de Misericordia: “Dar buen consejo al que lo
necesite”.
Canto: “Muéstranos, Señor, …”
El Consejo.
El sabio aconseja y se deja aconsejar.
El buen Consejo al prójimo es Obra de Misericordia y
de humanidad y de fraternidad. Y es además, un servicio gratuito: “Lo que
habéis recibido gratis, dadlo gratis” (Mt 10,8). No es ocasión de humillar,
sino de dignificar, caridad con calidad.
Somos, debemos ser “consiliarios”, consejeros. Dijo
Caín: “¿Acaso soy yo guardián de mi hermano?” (Gn 4,9). Somos guardianes,
formadores, guías no ciegos, de los hermanos.
Debemos escuchar al Espíritu Santo. Él es nuestro
Asesor: “El Espíritu Santo os guiará a la verdad plena” (Jn 16,13).
Cristo mismo fue profetizado como “Admirable
Consejero” (Isaías 9,5).
Muchos se alejan, se desorientan, se pierden, porque
no tienen un ángel de luz humano en su camino. Pueden decirnos: “Vosotros, los
hijos de la luz, ¿qué habéis hecho con la luz?” (F Mauriac).
No seamos urracas acaparadoras, sibaritas de la
sabiduría para goce personal. Cristo nos dice: “Brille vuestra luz delante de
los hombre para que vean vuestras buenas obras
y alaben por ello a vuestro Padre” (Mt 5,16).
Aconsejar, asesorar, dar de lo que sabemos que no nos
disminuye la sabiduría y recoger el mensaje de San Pedro: “Dar razones de
vuestra esperanza” (1 Pe 3,15)
Perdón, Señor, por las veces que he ocultado mi
palabra, tu Palabra, dejando a oscuras a mis hermanos de tinieblas.
Canto: “Attende,
Dómine, et miserere, quía pecavimus tibi” (CLN nº 101)
Décima estación de Misericordia:
“Corregir al que se equivoca”.
Canto:
“Muéstranos, Señor,…”
El Error. El error es equivocarse, perder el camino, quedarse a media
verdad, absolutizar lo relativo. La historia está cuajada de errores, de
herejías y de pecados.
Corregir al que se equivoca no
supone que seamos mejores, pero si creemos, si nos mantenemos en la verdad, se
cumple su profecía: “Si os mantenéis fieles a mi Palabra, seréis mis
discípulos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,32)
Y desde la verdad podemos,
debemos, con autoridad moral y celo evangélico, corregir a nuestros hermanos
equivocados. “Humanum errare est”. Dice san Agustín: “Humano es errar, pero
diabólico es perseverar con energía en el error”.
Corregir al que peca o se
equivoca es un acto de responsabilidad. Lo dice Pablo: “No le tratéis como
enemigo; corregirle, más bien, como a un hermano” (2 Tes 3,15).
Jesús nos marcó el iter: “Si tu
hermano te ofende, corrígele a solas, si no te escucha díselo con testigos, si
no, manifiéstalo a la comunidad” (Mt 18,15).
La corrección puede traernos
consecuencias, como a Juan Bautista con Herodes (cf Mt 14,4)
No corregir, no sólo es omitir
una Obra de Misericordia, si no caer en pecado de omisión o de silencio.
Nos lo recuerda Santiago: “Saber hacer el bien y no hacerlo es pecado” (Sant
4,17). Desde el “silencio cómplice” nos hacemos con-culpables.
“En boca cerrada no entran
moscas”, decimos. Sí, pero no sale la palabra necesaria.
La “Corrección fraterna” requiere
por nuestra parte:
-Humildad, no creernos superiores,
impecables. La soberbia repele.
-Pedagogía, buscar el momento oportuno,
la palabra adecuada…
-Verdad en lo que denunciamos.
-Comprensión, compasión, mostrarnos
humanos, hermanos.
Perdón, Señor, por mi arrogancia o mis omisiones.
Canto: “Attende, Dómine, et
miserere, quía pecavimus tibi” (CLN nº 101)
Undécima estación de Misericordia: “Perdonar las ofensas”.
Canto: “Muéstranos, Señor, …”
El Perdón.
La Misericordia, el Perdón de corazón, es el oficio de Dios y el beneficio del
hombre. Y una vez perdonados debemos ser perdonadores, misericordiosos.
El Señor es el “Dios de los Perdones” (Nehemías 9,17)
el “Dios de la
Misericordia” (Daniel 9,9)
el “Dios del Perdón” (cf
Éxodo 34,6)
el “Dios que ama al
mundo” (Jn 3,16).
Dios es el Padre que ama al Mundo –a los hijos de este
mundo- como a su Hijo Unigénito. Si cabe más a nosotros, porque lo entregó a la
muerte. “Envió a su Hijo como sacrificio por el pecado” (Rom 8,3), es más, le
hizo “maldito” en “Maldito el que prende de un madero” (Dt 21,23). Es más,
¿podemos decir que lo hizo pecado?. Estremecen las palabras de Pablo: “En
nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!. A quien no conoció el
pecado, le hizo pecado por nosotros para que viniésemos a ser justicia de Dios
en él” (2 Cor 5,21).
Ahora el “Dios del Perdón” nos envía a perdonar:
“Setenta veces siete” (Mt 18,21) Y nos enseñó y ató: “Perdona nuestras ofensas
como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6,12)
Oremos: “Señor, tu eres la Santidad, yo el pecado;
tu eres el ofendido, yo el
ofensor;
tu eres la Ternura, yo la dureza de
corazón;
tu eres el Amor, yo la indiferencia y el
frío”
Que me abra a tu Perdón y regálale los
perdones.
Amén.
Canto: “Attende, Dómine, et miserere, quía pecavimus
tibi” (CLN nº 101)
Duodécima estación de Misericordia: “Sufrir con paciencia
los defectos del prójimo”.
Canto: “Muéstranos,
Señor,…”
La
Paciencia. ¿Viene de paz? Significa
“ánimo largo”, de “ancho corazón”.
La
Paciencia es propia del Dios de la Alianza: “Yavé, Dios misericordioso y
clemente, tardo a la ira y rico en amor y fidelidad” (Éxodo 34,6).
Jesús
fue “paciente”, “pacífico” y “pacificador”, se muestra pedagogo. Y nos
recomienda: “Con vuestra paciencia salvareis vuestras almas” (Lc 21,19)
Fue
paciente con los niños, con las masas, con los apóstoles, con los pecadores.
La
“paciencia” es fruto del Espíritu Santo en el corazón creyente (cf Gal 5,22)
Obra
de Misericordia: “Sufrir con paciencia…” Soportar, aguantar.
Sufrir: escuchar siempre.
Sufrir: con humildad, contención,
perseverancia
Sufrir: defectos, fallos, miserias, achaques,
años, pelmas.
Y
no es justificar defectos. Es ser misericordiosos con las “miserias” ajenas,
con paz, como madre.
El
Dios de la Paciencia espera, aguarda, aguanta, disimula, perdona.
Perdón,
Señor, por no perdonar, ni aguantar al prójimo y a la prójima que me caen
gordos, molestos, pesados inoportunos. Perdona mi no perdón que “justifico”.
Canto: “Attende, Dómine, et miserere, quía pecavimus
tibi” (CLN nº 101).
Décima
tercera estación de Misericordia:
“Consolar al triste”.
Canto: “Muéstranos, Señor,
…”
El
Consuelo. Consolar es oficio
gratuito de madre. Es paño de lágrimas, regazo de ternura, aliento en el
desaliento, cercanía de corazón en la soledad existencial.
La
Tristeza. Es tener apagado el
corazón, instalarse en la noche sin estrellas. Morir sin muerte. Incluso,
tristeza alimentada y consentida nos conduce al pecado.
Somos
débiles, “la carne es débil” (Mc 14,38), advertía Jesús. Somos vulnerables.
Necesitamos palabras, a veces silencio solidario.
En
realidad sufrimos por dentro, solos. Necesitamos migajas de consuelo.
“Consolar
al triste”.
Jesús
lleg ó a quejarse en una soledad radical,
agónica, telúrica: “Mi alma está triste hasta la muerte” (Jn 26,38). Él que
había consolado a los pobres, tristes, enfermos. Consuelo como brisa de amor
cargado de ternura para los acosados por la desgracia, la muerte cercana, la
persecución.
Dios
consuela como: -Pastor de bondad. (cf
40,11)
-Padre
con ternura (cf Is 64,7)
-Madre
entrañable (cf Is 49,15)
-Esposo
con amor celoso (Is 54,5)
Y
luego manda: “Consolad, consolad a mi pueblo” (Is 4,1)
Cristo
profetizado Mesías, “Menahen”, Consolador de Israel, es consuelo y alegría de
los entristecidos y podemos decir como Pablo: “Bendito sea Dios, Padre de
Nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso
y fuente de todo consuelo” (2 Cor
1,3).
Y
Jesús nos dice: “Vuestra tristeza se
convertirá en alegría” (Jn 16,20)
Perdón,
Señor, por contagiar tristeza y no consolar, alegrar, al triste.
vCanto: “Attende, Dómine, et miserere, quía pecavimus
tibi” (CLN nº 101)
Décima
cuarta estación de Misericordia: “Orar por vivos y difuntos”.
Canto: “Muéstranos, Señor,
…”
Orar. Orar es acceder al Misterio.
Entrar en intimidad, llegar al Corazón de Dios, asombrarse y anonadarse y gozar
y soñar y alegrarse.
Jesús
era el Orante. A solas: “Subió al
monte a solas para orar” (Mt 14,23)
“Se dirigió a un lugar apartado, de
madrugada para orar” (Mt 1,35)
“Una vez estaba orando en el huerto” (Lc
11,1)
“Se pasó toda la noche orando” (Lc 6,12)
Y
en público: “Padre, Señor del cielo y la tierra…” (Mt 11,25)
“Padre, si quieres…” (Lc 22,44)
“Padre, perdónalos…” (Lc 23,34)
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?” (Mt 27,46)
Y
todo el capítulo 17 del Evangelio de Juan.
Y
luego nos mandó: “Padre nuestro…” (Mt 6,5-13). Siete peticiones.
“Pedid y recibiréis…” (Lc 11,5).
Y
prometió: “Si permanecéis en mí y mi Palabra
permanece en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis” (Jn
15,7)
Y
como con la Misericordia, recibir para dar.
Orar
por los “vivos”, por lo que mal viven.
Orar
por todo el que necesita, es decir por todos.
Orar
por los “enemigos”, aunque duela: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que
os persiguen” (Mt 5,44)
Y
orar por los Difuntos.
Por
los míos.
Por
los conocidos y desconocidos, todos hermanos.
La
Iglesia en la Eucaristía los recuerda: “Acuérdate también de nuestros
hermanos…, que han muerto en tu misericordia”
(Plegaria eucarística II)
Perdón,
Señor, por mi egoísmo hasta con los difuntos.
Canto: “Attende, Dómine, et miserere, quía pecavimus
tibi” (CLN nº 101)
V
I
A
C
R
U
C
I
S
de la
Misericordia.